Friday, August 22, 2014

Ways of living and dying

Todas las muertes, como las vidas, son únicas. Pero sus maneras son diversas.

Se puede morir con las botas puestas, como el General Custer y el Séptimo de Caballería, que puestos a morir más vale hacerlo por los santos huevos de uno.
También se puede morir por honor y haciendo patria, como los Ultimos de Filipinas.
Se puede morir antes de tiempo, como mi abuela Alicia, cuya inconmensurable bondad sigo echando de menos todos los días de mi vida.
Se puede morir demasiado tarde, como Franco.
Se puede morir eufórico, de un ataque al corazón porque tu equipo ganó la liga.
Se puede morir sin comerlo ni beberlo, como mi amiga Carmen, atropellada en una acera de San Salvador por un busero hijueputa, mientras iba a comprar comida al supermercado para su dulce hija de cuatro años.
Se puede morir de incógnito, como Jim Morrison.
Se puede morir por un error médico, como mi vecino George el bombero, cuya humanidad ha dejado un vacío en el barrio imposible de rellenar.
Se puede morir de pena, como el poeta Antonio Machado lo hizo en su exilio en Colliure en 1939.
Se puede morir de risa, viendo cualquier episodio de Fawlty Towers.
Se puede morir por un ideal, como el miliciano republicano retratado por Robert Capa en los montes de Córdoba en el verano del 36.
Y se puede morir irremediablemente de amor, probablemente la muerte más cruel de todas...

Si me dan a elegir entre todas las muertes, yo no me lo pensaría dos veces: preferiría la Muerte por Triple Violín que proponen Edgar Meyer y Joshua Bell.


Y de entre todas las Maneras de Vivir,  me quedo sin duda con las de mi primo Rosendo, acompañado de la guapísima Luz Casal.


Sunday, August 17, 2014

A musical journey

Este otoño se cumplen 20 años desde que abandoné las Islas Británicas tras mis estudios universitarios y de maestría. Fue un tiempo de profundos cambios personales. Aprender a vivir solo, en un país que no era el mío, una cultura tan diferente, y tener que comunicarme en una lengua que, aunque aprendida desde niño en el Colegio Británico al que asistí, no dejaba de ser extraña tras toda mi vida en España. Sin embargo fue uno de los periodos más felices de mi vida, sino el más feliz. Nunca he querido volver por miedo a estropear tan buen recuerdo, y siempre esperé una ocasión de mucho peso para regresar. Hoy, cuando tengo a tiro de piedra ese retorno, en parte temido, en parte añorado, quiero hablar de un viaje musical que inicié muchos años atrás, varios antes de tomar el camino que me llevó primero a Bristol, y después a Londres.

Este verano que se acaba me compré el Doble CD Celebration Day del concierto que ofreció la banda LED ZEPPELIN en Londres en 2007, en lo que fue su reencuentro tras (creo) casi tres decadas de haber estado ausentes, como banda, de los escenarios. A Led Zeppelin los conocí antes de tiempo a través de su canción más popular, Stairway to Heaven. Esto debió ser en torno al los años 1986 o 1987, cuando sintonizaba todas las noches religiosamente el dial 98.6 para escuchar Radio 80. Digo que los conocí antes de tiempo porque en aquellos años mi cultura musical apenas sí estaba preparada para escuchar y apreciar esa canción, pero no el resto de las impactantes canciones de esta mítica banda británica de rock. Antes de saber apreciar la magnitud de su arte fue imperioso transitar por la música americana de los años 50, dar un salto a la invasión británica de inicios y mediados de los 60 y descifrar la psicodelia americana del 67 en adelante. Sin estos necesarios precedentes, hubiera esquivado (pobre de mí!) a Robert Plant, Jimmy Page y compañía (los integrantes de LZ) sin darme cuenta de lo que me estaba perdiendo. Pero felizmente, antes de llegar a ellos mis oidos, mi mente, mi cuerpo se habían deleitado escuchando a Yardbirds, Animals, Cream, Doors, Velvet Underground,  Jimi Hendrix, entre otros.

El primer LP que compré fue su cuarto, donde estaba la susodicha Stairway to Heaven, todavía en Zaragoza. Después, ya en Inglaterra, llegaron (en cassette) los demás. Es imposible decir qué canción es mi favorita. Su obra es incomensurable. Pero me atreveré a citar algunas: ,The Rover, Ramble On, Good times Bad times, Nobody's Fault but Mine, Since I´ve Been Loving You, Battle of Evermore, Whole Lotta Love, Gallows Pole, Trampled under foot y, cómo no, la eterna Kashmir.




Sus canciones fueron de gran ayuda para adaptarme a mi entonces nuevo hogar, un país que aunque separado físicamente de él desde hace dos décadas, nunca ha abandonado mi corazón.



Años después, ya ganando mi propio pan, pude adquirir en la mítica y ya desaparecida Tower Records de Nueva York la caja que Atlantic Records lanzó en 1993 con todos sus albums de estudio. En 1996 una buena amiga brasileña me regaló uno de los tres o cuatro CDs que me llevaría a una isla desierta, un Directo orquestado de sus mejores canciones, que grabaron solamente Robert Plant y Jimmy Page (y que, estrictamente, no puede considerarse material discográfico de la banda) titulado No Quarter Unledded, donde hay una versión de Kashmir que te pone los pelos de punta.



Y cierro con el último guiño que me hizo el cantante Robert Plant en 2007, año prolífico para él, con el album Raising Sand que lanzó junto a Alison Krauss, una música de Bluegrass, abriéndome las puertas de par en par a este fascinante estilo musical tan americano, pero con profundísimas raices británicas, que me tiene totalmente absorbido desde que me trasladé a vivir a Estados Unidos en 2009. Enjoy it!