Thursday, January 19, 2017

Zweig, a name in Liberal Vienna

Stefan Zweig es un escritor austriaco de principios del Siglo XX que vivió en una era tan fascinante como convulsa.  Zweig, de familia judía, perteneció a la clase pudiente vienesa en el final de la época dorada del liberalismo europeo. Un mundo que se rompió con el primer conflicto armado mundial y que casi remataría unos años más tarde la Segunda Guerra Mundial. 

Zweig creció en la Viena de fín de siglo, aquella que parió el Modernismo y que dio a la Humanidad leyendas como Klimt, Mahler, Freud, Kokoschka o Schoenberg, a políticos que alterarían el mundo para siempre, aunque fuera bajo la batuta de otros líderes a quienes aquellos inspiraron (Schonerer, Lueger y Herzl), a economistas de talla mundial (incluido algún premio Nobel) que a su vez inspirarían a políticos (Von Mises y Hayek), a los varios arquitectos y planificadores urbanos que cambiaron la faz de Viena a partir de la construcción del Ringstrasse y de varios edificios emblemáticos (Wagner y Sitte), a escritores como Schmitzler y Von Hofmannsthal, etc, etc. Zweig narra con detalles exquisitos lo que fue la vida cultural de esa Viena en sus memorias El Mundo de Ayer, donde igualmente describe cómo ese mundo liberal y refinado culturalmente se desploma en 1914 con el asesinato en Sarajevo del heredero al trono imperial austro-húngaro, el Archiduque Franz Ferdinand.



Zweig consiguió a duras penas congraciarse con el mundo de la posguerra, para finalmente abandonar su país para siempre en 1934 al poco de llegar Hitler al poder en Alemania y al adivinar el futuro triunfo de la corriente pangermánica en su Austria del corazón. Desde 1934 hasta 1940 Zweig residió en el Reino Unido, primero en Londres y luego en la preciosa ciudad de Bath, donde por cierto yo pasé mi primer verano en Inglaterra, allá por 1984. A inicios de 1940, temeroso del avance de las tropas nazis en el Continente, y con el pánico generalizado en las Islas Británicas sobre una posible invasión alemana a través del Canal Inglés, Zweig se traslada unos meses a Nueva York, y antes de que acabe el verano se muda a su residencia última en la ciudad imperial de Petrópolis, en las montañas cercanas a la ciudad de Río de Janeiro, en Brasil. 

Zweig acabaría quitándose la vida en 1942 en dicha ciudad, al no superar la devastación y sufrimiento humano causados por el Nacional Socialismo en su Europa del alma. 

En vida, Zweig fue uno de los escritores europeos más populares. Escribió ensayos, biografías, novelas y sus citadas memorias. Entre sus obras a mi me gusta recordar una que tiene un título que siempre me atrajo mucho, aún más porque mi primer trabajo fue en dicho país tropical: Brasil, país del futuro



Entre sus ensayos hay uno que me gusta recomendar siempre y que nos narra esos instantes memorables que ha tenido la Humanidad a través de alguno de sus protagonistas y que, según Zweig, son momentos decisivos de la historia universal. Zweig los escribió por partes, comenzando con cinco miniaturas y luego añadiendo nueve más. En su Momentos Estelares de la Humanidad Zweig nos habla del minuto decisivo de Napoleón en Waterloo, de la carrera hacia el Polo Sur, del descubrimiento del Océano Pacífico por Balboa, de la Caída de Constantinopla en manos de los Otomanos, o del instante en el que Lenin aborda el tren que le llevaría a Rusia para liderar la revolución, esa que acabaría 70 años después en un total fiasco económico (además de otras cosas aún peores). Leer todos esos momentos estelares es una delicia, de verdad. Pero a mí hay uno que me encanta, y que siempre me lo recuerda una melodía muy especial: el Mesías de Händel. Por razones obvias, en muchos países del mundo se acostumbran a organizar conciertos de esta obra cuando se acerca la época navideña. A los que vivimos en Washington DC, cuando llegan esas fechas especiales nos toca asistir a uno de estos tres clásicos: el Cascanueces de Tchaikovsky, el Mesías de Händel, o el tradicional concierto de temas navideños que ofrece la Navy en el Constitution Hall. La pasada Navidad me tocaron en gracia los dos últimos. Al Mesías asistí en el Strathmore de Rockville. Además de ser una música maravillosa, me encanta porque en su momento estelar, cuando suena el Aleluya, todo el mundo se levanta de sus asientos (algo inusitado durante un concierto de música clásica) rememorando la reacción que dicen que tuvo el rey británico Jorge II cuando lo escuchó emocionado por primera vez en Londres, allá por el siglo XVIII, y yo viajo a esa inspiración que leí en la miniatura de Zweig...


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