Friday, June 6, 2014

Band of Brothers



Al final de la tarde de hoy hemos estado charlando un rato con nuestra vecina Marta en su florido jardín. Marta es una americana hospitalaria, de culta conversación, amabilísima y que trabaja como guía voluntaria en el Capitolio. La próxima semana vienen mis padres de visita por estas tierras y Marta nos va a regalar su mañana del próximo viernes para hacernos un recorrido exclusivo a los Lacambra por lugares del Capitolio donde nunca entran los turistas. Marta me ha desvelado hoy un misterio que yo tenía desde hace cinco años, casi recién llegado a este país, con mis prejuicios e ignorancia (que debería poner en mayúsculas), pese a haber salido hace 20 años de la metrópoli rural de la que soy originario. En uno de mis viajes hacia algún país de América Latina me encontré en el aeropuerto de Washington DC de sopetón con un recibimiento descomunal que le hacían a unos veteranos de la Segunda Guerra Mundial. Además de las banderas, la orquesta y demás, me sorprendieron dos cosas: La primera era que los veteranos, todos en sillas de ruedas, vestían unos uniformes que les venían claramente pequeños; la segunda, que al recibimiento se sumaban gentes que casualmente pasaban por ahí, mostrando un sentimiento, que me pareció verdadero, de emoción y agradecimiento.

Marta nos ha explicado hoy que en EEUU hay programas para ayudar a los veteranos a visitar el monumento dedicado a aquellos que participaron en la Segunda Guerra Mundial, que está ubicado casi en el corazón del National Mall, la gran esplanada que hay entre el Capitolio y el Memorial de Lincoln, donde uno encuentra los principales museos del Smithsonian, el gran obelisco blanco (acá le llaman el Monumento a Washington), la piscina reflectante (sí, la de Forrest Gump), etc, etc.

Esos programas de apoyo nacieron de una de las dos formas que hacen de este país una nación imprescindible: por la iniciativa privada de una persona de gran corazón (la otra forma es casi igual, pero en vez de corazón, ingenio). Un piloto de avioneta que había visitado Washington le preguntó a un vecino de su pueblo, veterano de la guerra, si conocía el memorial que había en la capital y éste le respondió que sabía de su existencia pero que no tenía recursos para pagarse un viaje tan costoso. Inmediatamente cogió su avioneta y llevó al veterano y a su hijo al National Mall a conocer el monumento dedicado a americanos como él.

Marta me comentó que hoy en día la mayoría de estos viajes se financian con aportes privados de gente agradecida por el sacrificio de estos valientes que, junto con soldados de otras naciones del mundo democrático (y de republicanos españoles!!!!)  impidieron convertir Europa en un gigantesco campo de concentración. La hija de Marta se toma un día sin salario al año para acompañar a un veterano en una de estas visitas. Su abuelo, ya fallecido, luchó en dicha guerra y es una manera de honrar su memoria.

También Marta me aclaró el secreto de los uniformes: es tradición que los veteranos lleven alguna parte del uniforme original que utilizaron durante la guerra. Algunos se sienten tan orgullosos que no les basta con llevar la gorra en la cabeza y meten panza para lucir todo el uniforme.

Hoy se cumplen 70 años del desembarco de Normandía y en los colegios americanos, así como también en el Liceo Francés donde estudian mis hijos (...en casa de herrero, cuchara de palo), es costumbre recibir la visita de estos veteranos. Mi hijo mayor, apasionado de la Historia, ha regresado hoy del cole con tres libros de historia de la Segunda Guerra Mundial firmados por estos héroes. Digo héroes porque me imagino que así han debido de sentirse hoy estos veteranos cuando un niño les ha pedido estampar su autógrafo en los libros que cuentan la historia en la que fueron protagonistas.

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