Monday, September 25, 2017

Who Knows Where The Time Goes



Cuando a mis 18 años me adentré en la fascinante odisea de descubrir la música americana de la Costa Oeste, aquella maravillosa respuesta a la invasión británica liderada por los Beatles y los Stones del primer lustro de la década prodigiosa de los 60s, enseguida me enganché a un trío de voces que me sacudió de raíz, y que llegó a mi vida para quedarse: Crosby, Stills & Nash (CSN). Más adelante se les unió el canadiense Neil Young, que siempre me gustó más cuando era parte de Buffalo Springfield (junto con Stills) o en solitario.

De CSN me fuí grabando canciones sueltas de LPs recopilatorios de la música de aquella década, así como también de la radio. Había una cadena llamada Radio 80 Serie Oro en la que de vez en cuando se colaba alguna de sus canciones más conocidas. No sé cómo describir la música de CSN. Tiene influencias de folk, country, americana, costa oeste...pero todo maravillosamente combinado y expresado en ese trío de voces único.

El primer disco que tuve de ellos, un CD doble, lo adquirí en la Tower Records que había, sino recuerdo mal, en Picadilly Circus, en el corazón de Londres. Recopilaba sus principales canciones pero también te ofrecía nuevas mezclas. Esos CDs no llegaban fácilmente en aquella época a una ciudad española de provincias. Recuerdo que me costó una pasta: 39.99 libras esterlinas. Pero mereció la pena. Vaya que si lo mereció. A día de hoy todavía considero ese doble CD como una de las mejores inversiones de mi discografía.

Mi canción favorita en aquel entonces era Suite: Judy Blue Eyes. Más tarde supe que esa Judy "Ojos Azules" era Judy Collins, una cantante folk por la que estuvo coladito mi favorito del trío: Stephen Stills. Yo he de confesar que mi devoción por CSN era casi idéntica a la tirria que sentía por las cantantes folk de entonces. Supongo que la culpa la tiene Joan Baez, que me sigue pareciendo insufrible. Lo malo es que acabé metiendo en el mismo saco a artistas como Joan Mitchell, que fue musa de Graham Nash, y a la susodicha Collins, y me perdí por un par de décadas dos cantantes como la copa de un pino.



Como decía anteriormente, Stephen Stills, probablemente el músico con el que más me he sentido identificado en mi vida, formó parte de la banda  Buffalo Springfield junto con Neil Young. De esa colaboración salieron canciones legendarias como For What It´s Worth, Expecting To Fly, y Questions. Meter a Young y a Stills en un estudio de grabación o en un bus y a recorrer América debe ser igual que meter una chispa en un cartucho de TNT. Imposible que no estalle. Y así fue. Stills rompió con Young y en ese momento Judy Collins le llamó para ayudarle a grabar su disco Who Knows Where The Time Goes. Yo de esto no tenía ni idea hasta que, tras engancharme hace unos tres años a un CD de Joan Mitchell titulado Both Sides Now en el que reinterpreta varias canciones al más puro estilo del American Songbook, decidí darle una oportunidad a Judy Collins porque ví que en aquel disco había una versión de Pretty Polly, una canción tradicional británica que confundí con Polly Come Home, la que aparece en el CD Raising Sand de otro de mis músicos favoritos, Robert Plant, con la colaboración de la cantante de Bluegrass Alison Krauss.

El caso es que me adentré en descubrir a esta cantante folk americana cuyos ojos azules deslumbraron en su día a mi músico favorito. Y sucedió lo que tenía que suceder. Who Knows Where The Time Goes contiene una música de una belleza indescriptible. Tiene folk, por supuesto. Pero sobre todo tiene un Country...por Dios...

Los aportes de la guitarra eléctrica de Stills son únicos. Pero también hay que destacar la pedal steel guitar de Buddy Emmons y el dobro de James Burton. Todo ello liderado por la excelsa voz folk de Judy Collins.

De ese disco me quedo con cuatro canciones, por este orden: First Boy I Loved, Poor Immigrant, Someday Soon y la mencionada Pretty Polly.

First Boy I Loved

Poor Immigrant

Someday Soon

Pretty Polly

Concluyo con un poquito de magia. La que experimenté cuando justo en las semanas en las que estaba totalmente enganchado a este disco supe que Judy Collins y Stephen Stills se habían reunido de nuevo, casi 50 años después de grabar esas canciones, y andaban de gira por América. Casualmente, el 12 de agosto tocaban en el Club Birchmere en Alexandria, Virginia, al otro lado del río Potomac, en donde he escuchado conciertos de la Marshall Tucker Band, Gregg Allman o Sarah Jarosz.

Y allí me fui un sábado por la noche, a escuchar a esta pareja cantar canciones y contar anécdotas del tiempo en que crearon uno de los discos más entrañables que he escuchado jamás. Pura magia.



Wednesday, April 26, 2017

Sometimes the pleasure´s worth the pain

Martes 5:00 PM en la interestatal 495, el temido Beltway, como aquí se conoce a la autopista que circunvala Washington DC, y que comunica los vecinos estados de Maryland y Virginia. Como en la película "Un día de furia", en un monumental atasco vehicular, se me cruzaron los cables y opté por seguir la senda de mi autodestrucción. Pero en vez de liarla a tiros con medio mundo, decidí inmolarme confesándole a mi esposa mi infidelidad. "Yo, esto de meterme en el Beltway a la hora pico, sólo lo hago por dos mujeres en esta vida: Aoife y Sarah. Por nadie más ". Ella me miró y con voz seductora me preguntó: "...y por alguien más?...". Yo, impasible, reiteré sin dudarlo: "Por Aoife y por Sarah. Por nadie más ". 

Este viaje al Birchmere, en la otra orilla del río Potomac, era por Sarah. El Birchmere es un club histórico por donde han pasado los grandes del Country, del Bluegrass y del Folk. Está situado en Arlington, en el Estado de Virginia, muy cerquita del cementerio donde reposan los restos del Presidente Kennedy. Es un club relativamente pequeño. No tendrá más de 240 mesas. Entras por sus puertas y respiras historia americana. Yo he escuchado allí a dos de mis grandes ídolos de música sureña: Marshall Tucker Band y Gregg Allman, uno de los dos hermanos Allman, que acompañó a Eric Clapton en las sesiones de improvisación (jam) durante la grabación del legendario LP "Layla and other assorted love songs", la Opera Prima de aquella banda que se llamó Derek & the Dominoes, y que dio a luz a la emblemática canción "Layla". Este último concierto fue el primero al que llevé a mi hijo mayor.

Mi auto inmolación de ayer en el Beltway fue en honor a una de las dos voces del nuevo Bluegrass por las que siento devoción: la texana Sarah Jarosz. Con apenas 25 años y cuatro maravillosos CDs a sus espaldas, graduada en el 2013 en Improvisación Contemporánea por el Conservatorio de Nueva Inglaterra, Sarah es puro diamante en el panorama musical de la canción de raíces americanas. 

Ayer, acompañada por dos estupendísimos músicos (el bajista Jeff Picker y el guitarrista Anthony Da Costa), y a pesar de la reiterativa incompetencia del técnico de sonido del club en ofrecer una mezcla inadecuada de sonidos, Sarah nos regaló el concierto más bonito que he escuchado en mi vida. Cierto es que han habido otros en los que he tenido momentos absolutamente mágicos, de romperme por dentro con determinadas notas, pero el de ayer, en su conjunto, fue un monumento a la belleza de la música. Y eso a pesar de que Sarah eligió no tocar mis dos canciones favoritas de su obra: Dark Road, y su maravillosa interpretación Bluegrass del poema Annabelle Lee de Edgard Allan Poe.

Pero no importó. Ahí estuvieron todas las demás: Over the edge, Build me up from bones, Green lights, House of Mercy, etc, etc...

Noche absolutamente mágica en el Birchmere. Y al final de la misma, esta fenomenal artista tuvo la delicadeza de salir unos minutos a la barra del club a charlar con los que por allá todavía estábamos, y de firmarme dos de sus CDs, que por casualidad llevaba en mi coche.

Como titula una de sus canciones otro de los grandes de la música Nashville, Marty Stuart: Sometimes the pleasure's worth the pain. Yo, por Sarah Jarosz, hasta el fin del mundo...

Os dejo con una pequeñísima selección de temas que a mí me gustan mucho:

En Dark Road Sarah nos habla de ese camino que en ocasiones hay que tomar en la vida cuando alguien nos abandona. Es un sendero oscuro, con el que no estás familiarizado, que te hace ver cosas diferentes, con las que no estás acostumbrado. Al principio esa oscuridad te desasosiega, te confunde...pero con el tiempo te acabas acostumbrando a ella, y a esa soledad que irremediablemente la acompaña. Incluso acabas sintiéndote protegido. En ocasiones, durante el recorrido tienes espejismos, que son los sueños, y que te hacen sentir el abrazo de quien extrañas, aunque se encuentre a un océano de distancia. Y cuando despiertas te sientes vacío.
Al final, acabas por recorrer ese camino oscuro, y encuentras de nuevo la luz, y todo está bien. Pero ese sensación de sentirte vacío permanece, siempre latente, en el fondo de tu pensamiento. Es el recuerdo, que sobrevive, reforzado por esa carretera oscura, que aunque dejamos atrás, nos hizo diferentes para siempre.

Dark Road



Qué puedo contar del poema de Edgar Allan Poe titulado Annabelle Lee? Los de mi generación lo conocimos por la versión en español que cantaron los Radio Futura en el LP La Canción de Juan Perro. Poe narra la historia de un amor de infancia, un amor tan grande que ponía celosos a los ángeles del cielo ("...but we loved with a love that was more than love...with a love that the winged angels high coveted her a me"). Es la historia de un amor maldito que acaba con la muerte de Annabelle Lee en manos de sus hermanos, que la prefieren muerta antes de en brazos de su amor de infancia. Y él, tras una vida entera vagando por los mares, regresa a la costa donde fue feliz con Annabelle. Allí decide enterrarse en la orilla, donde baten las olas del mar donde reposa Annabelle Lee... 

Annabelle Lee


Green lights es una canción perteneciente a su último álbum, titulado Undercurrent. Es como la canción de Joaquín Sabina Esta noche, contigo.  Nos habla de esas noches en las que todo, salvo compartir unas horas con quien amas, te da igual. Ya se puede acabar el mundo, caerte el cielo encima de la cabeza...yo, contigo. Sólo oigo tu voz...y sé que no tengo nada que hacer salvo estar a tu lado hasta el amanecer. El semáforo en verde y toda la carretera por delante, cielos de infinito azul...ésa es la sensación que tengo cuando estoy contigo...

Green Lights



En Run Away Sarah nos cuenta de esa oportunidad que a veces nos ofrece la vida de fugarnos de lo prestablecido, de cruzar los campos de algodón cogidos de la mano, a la luz de una luna que brilla con la misma luz especial que quien te acompaña en esa aventura...y de cómo dejamos escapar una oportunidad que no volverá a presentarse jamás...  

Run Away


En Rearrange the Art Sarah se pregunta si debe reacomodar sus recuerdos, si debe mover una obra de arte de una habitación a otra, si un cuadro blanco destella demasiado, si debe poner más color a un lugar donde impera el negro, si a un corredor hay que colgarle más cuadros porque se ve muy solitario...  

Rearrange the Art


Sunday, March 12, 2017

Liberalism: the life of an idea

Edmund Fawcett worked at The Economist for more than three decades, serving as chief correspondent in Washington, Paris and Berlin. He is the son of the human rights lawyer James Fawcett, who was president of the European Human Rights Commission and who was at the United Nations in 1948 when the Declaration pf Human Rights was approved. 



Mr. Fawcett Jr. has written an interesting book that discusses celebrated liberal thinkers from Humboldt and Constant to Mill, Hayek and Rawls. Also political leaders such as FD Roosevelt, Lyndon Johnson, Willy Brandt, Hoover, Reagan, Thatcher and Kohl. Fawcett tracks political liberalism from its beginnings in the 1830s to its grudging compromise with democracy, through a golden age after 1945 to the present mood of challenge and doubt. 

His analysis focuses on four countries: United States, Britain, France and Germany. 

Though liberalism has many currents, Fawcett suggests that four ideas have guided liberal practice:

1. Acknowledgement of inescapable ethical and material conflict within society;
2. Distrust of power;
3. Faith in human progress; and
4. Respect for people whatever they think and whoever they are. 

Although I don´t always agree with the author when he covers some liberals of the Twentieth Century, I generally enjoyed very much his book. If you are looking for a comprehensive and generally understandable introduction to liberal thinkers and politicians, their ideas and experiences, this book is a fine reading.


Monday, February 27, 2017

A distant neighborhood

Este último fin de semana me di el placer de leerme de un tirón la maravillosa novela gráfica de Jiro Taniguchi "Un barrio lejano", traducido al inglés como "A distant neighborhood". Además de ser un excelente dibujante, lo que más aprecio de Taniguchi es su exquisita sensibilidad para tratar la fragilidad que tenemos los seres humanos en muchos momentos de nuestra vida, y su capacidad para expresar la belleza de esa fragilidad a través de los maravillosos guiones que acompañan a sus dibujos.



Últimamente he leído a varios escritores y articulistas de la prensa norteamericana y británica referirse a series televisivas y libros, algunos de ellos con mucha solera, que recrean el "What if?", es decir, qué hubiera sucedido si los acontecimientos históricos nos hubieran conducido por senderos diferentes. Los artículos que he leído se han referido generalmente a situaciones como la que se describe en la serie televisiva norteamericana "The man in the high castle",  donde se parte de una supuesta victoria del Eje en la última contienda mundial, y una división del territorio estadounidense en tres zonas: una Costa Este administrada por el Tercer Reich, una Costa Oeste propiedad del Imperio Nipón, y un Mid-West en manos de una resistencia desorganizada y con grupúsculos operando cada uno a su aire.

Cuento todo esto porque el argumento central de la estupenda novela gráfica de Taniguchi es también un "What if?", pero a nivel personal de un individuo japonés de 48 años de edad, que por despiste se encuentra abordo de un tren que lo lleva a su ciudad natal, a la que hace años que no visita. Al llegar decide acudir a rendir homenaje a sus familiares fallecidos, entre ellos su adorada madre. Estando en el cementerio pierde momentáneamente el conocimiento y al despertar se encuentra trasladado al su final de época educativa básica, a los catorce años. Así es, la vida le ofrece una segunda oportunidad, otorgándole un cuerpo de catorce años pero con todo lo aprendido hasta sus 48 años...quién no daría por tener una oportunidad así...

No cuento más. Mejor leer y disfrutar de este maravilloso regalo de sensibilidad que una vez más nos hace el maestro Taniguchi.


Tuesday, February 21, 2017

If you have three days in London

Tres días en Londres y alrededores...a ver qué se me ocurre....por ejemplo algo parecido a lo que hice con mi primogénito hace muy poquito tiempo:

Primer día:
1. Comenzar la mañana con una visita al Museo Británico. Egipto, los frisos del Partenón y, sobre todo, las escenas de caza de leones en las estelas babilonias y asirias.


2. Almorzar en el pub que queda justo en frente del museo (Museum Tavern), para quitarte las ganas de comer mejunjes ingleses en el resto de tu estadía...

3. También en frente del museo, fundir la visa comprando artículos de lana y cachemira de las Tierras Altas de Escocia en Highland Store.



4. Rendir tu admiración ante uno de los cuatro ejemplares existentes de la Carta Magna, en la British Library.


5. A tiro de piedra de la British Library, hacia el norte, atrapar ecos del concierto que ofreció Phosphorescent en el 2012 en St Pancras Old Church, la iglesia más antigua del Reino Unido, de estilo normando.

6. Y al costado Este de la biblioteca, quedarte boquiabierto ante la magnificencia imperial de la estación de St. Pancras, soberbio ejemplar de arquitectura civil victoriana, salvada gracias a una colecta popular en el siglo XX.


7. No soy exigente con las cenas, pero sobre todo tratar de evitar comida inglesa. En el Soho hay restaurantes que te mueres...


Segundo día:
1. Desayunar una media luna y un English Breakfast tea con una nube de leche en alguna cafetería en torno a Waterloo Station, antes de coger el tren a Portsmouth.

2. En Portsmouth, visitar el museo de la Royal Navy y sobre todo, recorrer los cinco niveles del HMS Victory, la nave de guerra en la que el Almirente Nelson nos dió duro a franceses y españoles en Trafalgar, antes de caer mortalmente herido. Es el navío de guerra de vela en activo más grande del mundo. Te dejan recorrer todos sus rincones. Es algo sencillamente imperdible.


3. De regreso a Londres, ir al Fortnum and Mason de Picadilly´s Street y arrasar comprando tés en sus diversas variedades, short breads, mints, violet and rose creams, mermeladas, etc, etc. Todo eso que hace tan especial ese momento en torno a cada tarde de sábado...





Tercer día:
1. Imperial War Museum. Flipar con la longitud de los cañones que hay antes de entrar en el edificio. Y sobre todo visitar sus salas dedicadas a las dos guerras mundiales. También, en el último piso, ver la historia detrás de las dos cruces por valentía que concede este país a sus héroes, la cruz de Victoria y la de Jorge. La primera a los valientes en el campo de batalla, y la segunda a aquellos que demuestran dicha cualidad lejos del frente.



2. La tienda de carteles en dicho museo. La propaganda oficial británica del tiempo de guerra no tiene desperdicio. Mis preferidos, los dos de abajo. Tengo copia de ambos en mi oficina.





3. Subirse a un double decker cerquita del museo, y desde la primera fila del piso de arriba, cruzar el Támesis por el Westminster Bridge, admirando the Houses of Parliament, el Big Ben, la estatua de Churchill, Westminster Abbey, y luego subir por White Hall, pasar por delante del 10 de Downing Street. Bajarse  en Trafalgar Square y subir caminando hasta Picadilly Square por Regent´s Street.

4. Entrar en mi camisería favorita, Charles Tyrwhitt, en Jermyn Street, y no olvidarse tampoco de la visita de rigor a Barbour en Picadilly´s Street, o la perfumería Penhaligon´s en Regent´s Street.





Más que servido. Felicidad absoluta.

 

Thursday, January 19, 2017

Zweig, a name in Liberal Vienna

Stefan Zweig es un escritor austriaco de principios del Siglo XX que vivió en una era tan fascinante como convulsa.  Zweig, de familia judía, perteneció a la clase pudiente vienesa en el final de la época dorada del liberalismo europeo. Un mundo que se rompió con el primer conflicto armado mundial y que casi remataría unos años más tarde la Segunda Guerra Mundial. 

Zweig creció en la Viena de fín de siglo, aquella que parió el Modernismo y que dio a la Humanidad leyendas como Klimt, Mahler, Freud, Kokoschka o Schoenberg, a políticos que alterarían el mundo para siempre, aunque fuera bajo la batuta de otros líderes a quienes aquellos inspiraron (Schonerer, Lueger y Herzl), a economistas de talla mundial (incluido algún premio Nobel) que a su vez inspirarían a políticos (Von Mises y Hayek), a los varios arquitectos y planificadores urbanos que cambiaron la faz de Viena a partir de la construcción del Ringstrasse y de varios edificios emblemáticos (Wagner y Sitte), a escritores como Schmitzler y Von Hofmannsthal, etc, etc. Zweig narra con detalles exquisitos lo que fue la vida cultural de esa Viena en sus memorias El Mundo de Ayer, donde igualmente describe cómo ese mundo liberal y refinado culturalmente se desploma en 1914 con el asesinato en Sarajevo del heredero al trono imperial austro-húngaro, el Archiduque Franz Ferdinand.



Zweig consiguió a duras penas congraciarse con el mundo de la posguerra, para finalmente abandonar su país para siempre en 1934 al poco de llegar Hitler al poder en Alemania y al adivinar el futuro triunfo de la corriente pangermánica en su Austria del corazón. Desde 1934 hasta 1940 Zweig residió en el Reino Unido, primero en Londres y luego en la preciosa ciudad de Bath, donde por cierto yo pasé mi primer verano en Inglaterra, allá por 1984. A inicios de 1940, temeroso del avance de las tropas nazis en el Continente, y con el pánico generalizado en las Islas Británicas sobre una posible invasión alemana a través del Canal Inglés, Zweig se traslada unos meses a Nueva York, y antes de que acabe el verano se muda a su residencia última en la ciudad imperial de Petrópolis, en las montañas cercanas a la ciudad de Río de Janeiro, en Brasil. 

Zweig acabaría quitándose la vida en 1942 en dicha ciudad, al no superar la devastación y sufrimiento humano causados por el Nacional Socialismo en su Europa del alma. 

En vida, Zweig fue uno de los escritores europeos más populares. Escribió ensayos, biografías, novelas y sus citadas memorias. Entre sus obras a mi me gusta recordar una que tiene un título que siempre me atrajo mucho, aún más porque mi primer trabajo fue en dicho país tropical: Brasil, país del futuro



Entre sus ensayos hay uno que me gusta recomendar siempre y que nos narra esos instantes memorables que ha tenido la Humanidad a través de alguno de sus protagonistas y que, según Zweig, son momentos decisivos de la historia universal. Zweig los escribió por partes, comenzando con cinco miniaturas y luego añadiendo nueve más. En su Momentos Estelares de la Humanidad Zweig nos habla del minuto decisivo de Napoleón en Waterloo, de la carrera hacia el Polo Sur, del descubrimiento del Océano Pacífico por Balboa, de la Caída de Constantinopla en manos de los Otomanos, o del instante en el que Lenin aborda el tren que le llevaría a Rusia para liderar la revolución, esa que acabaría 70 años después en un total fiasco económico (además de otras cosas aún peores). Leer todos esos momentos estelares es una delicia, de verdad. Pero a mí hay uno que me encanta, y que siempre me lo recuerda una melodía muy especial: el Mesías de Händel. Por razones obvias, en muchos países del mundo se acostumbran a organizar conciertos de esta obra cuando se acerca la época navideña. A los que vivimos en Washington DC, cuando llegan esas fechas especiales nos toca asistir a uno de estos tres clásicos: el Cascanueces de Tchaikovsky, el Mesías de Händel, o el tradicional concierto de temas navideños que ofrece la Navy en el Constitution Hall. La pasada Navidad me tocaron en gracia los dos últimos. Al Mesías asistí en el Strathmore de Rockville. Además de ser una música maravillosa, me encanta porque en su momento estelar, cuando suena el Aleluya, todo el mundo se levanta de sus asientos (algo inusitado durante un concierto de música clásica) rememorando la reacción que dicen que tuvo el rey británico Jorge II cuando lo escuchó emocionado por primera vez en Londres, allá por el siglo XVIII, y yo viajo a esa inspiración que leí en la miniatura de Zweig...


Friday, January 13, 2017

Toxic love

Una de mis bandas favoritas de rock sureño es Lynyrd Skynyrd. Su canción más emblemática es Sweet Home Alabama, que forma parte de la banda sonora de esa película tan estupenda titulada Forrest Gump que hace un repaso a la historia de Estados Unidos desde mediados de los años 50 hasta los 80s. 

Sweet Home Alabama

Sweet Home Alabama es todo una canto de devoción al Sur de Estados Unidos. Y también de defensa de una tierra poco comprendida y desprestigiada por una historia parcial narrada por los vencedores de la Guerra de Secesión. Neil Young, que a mí llegó a gustarme una barbaridad desde que lo oí por primera vez con Crosby, Stills & Nash, escribió una canción titulada Southern Man  que como intento de alegato contra el esclavismo y el Ku Klux Kan acabó pasándose de la raya y generalizando su crítica hacia la población de Dixie, como aquí se conoce al Sur. La verdad es que Neil Young tiene canciones fantásticas (Harvest moon, Like a hurricane, Expecting to fly, Safeway Cart...) pero a veces es un poco julai y escribe boludeces. Lynyrd Skynyrd compusieron Sweet Home Alabama en respuesta a la canción de Young. De ahí estrofas como:

Well I heard mister young sing about her
Well, I heard ole neil put her down
Well, I hope neil young will remember
A southern man don´t need him around anyhow

Pero la producción de Lynyrd Skynyrd va mucho más allá de esta icónica canción. Cualquiera que haya asistido en Estados Unidos a conciertos de bandas históricas de rock sureño o rhythm & blues en locales pequeños se habrá dado cuenta que durante los preparativos de la audición, o entre canción y canción, siempre hay un guitarrista de la banda que sea que toca las primeras notas de otra de las canciones emblemáticas de Lynyrd Skynyrd...y también siempre hay alguien entre el público que, emocionado, grita "Free bird!!!!!". Nunca lo he entendido, pero me ha pasado tantas veces que creo que se trata de un pequeño ritual, como una dedicatoria que hacen todos estos músicos a esa legendaria banda. Free bird es una pasada de canción. Y como las buenas canciones (p.ej. Hotel California de los Eagles, o Sweet Nuthin´ de la Velvet Underground), deja para el final un solo de guitarra que te pone la piel de gallina. Es definitivamente uno de los pináculos de creación artística del rock sureño. Y acompañada de las espectaculares imágenes que vienen en el vídeo que comparto a continuación suena absolutamente sublime:

Free bird

Me dejo para el final de este post la que para mi es la mejor composición de Lynyrd Skynyrd: One More Time. Esta canción forma parte del LP Street Survivors, lanzado en 1977, y en mi opinión es una de las canciones de Lynyrd Skynyrd más infravaloradas, tanto a nivel de letra como de melodía. One More Time nos habla de los amores tóxicos, de esos que contaminan tu vida y de los que es tan difícil curarse. De esos que te deslumbran, y que te hacen pensar que gracias a ellos vas a ser mejor, pero que en realidad vienen para desestructurar todo lo que con tanto esfuerzo has construido durante años. Esos que se apropian del sentido de tus canciones más íntimas, de las citas que recuerdas de tus lecturas favoritas, que se hacen presentes en los momentos mágicos de una puesta del sol, o cuando sale una luna inmensa, anaranjada, de esos que no buscas pero que aparecen en todos los lugares, especialmente cuando cierras los ojos...pero que en realidad son profundamente egoístas y caprichosos, que dejan una semilla negra en tu alma que crece y que luego es muy difícil de extirpar. Son de los que te usan y te dejan a merced de los elementos cuando tienes la tormenta encima. Esos que visten siempre de pantalón corto, nunca de largo, que no se comprometen porque en realidad no son amor del bueno. Esos que exigen lo mejor de ti para dejarlos, aunque sea temporalmente, atrás. Esos que, aunque creías haberlos olvidado, siempre están latentes, al acecho, y que son tan seductores que es muy difícil decirles que no cuando reaparecen en tu vida. Hasta que por fin te das cuenta que son un problema de la razón, y no del corazón. De todo esto nos habla One More Time, para mí la mejor canción de esta legendaria banda sureña.


   One more time


Sunday, January 8, 2017

Palliser Novels

Cuenta la Baronesa Margaret Thatcher (1925-2013) en el primer volumen de sus Memorias (The Downing Street years; 1993) que el Conde de Stockton, Harold Macmillan (1894-1986), Primer Ministro británico desde 1957 a 1963, durante un encuentro con jóvenes Miembros del Parlamento (entre ellos, ella), recomendó a todos aquellos que llegasen a Primer Ministro la lectura de Disraeli y Trollope, para combatir el aburrimiento de un cargo que no tenía asignado ningún departamento del gobierno en especial. En su autobiografía Lady Thatcher nos confiesa que siempre pensó que Macmillan bromeaba, no en cuanto a la capacidad literaria de ambos autores victorianos sino en lo que respecta a la existencia de horas muertas en el desempeño del principal cargo de responsabilidad política del reino. 

Hoy quiero rendir un primer y pequeño tributo a uno de esos dos literatos de la época victoriana, contemporáneo de escritores de la talla de Charles Dickens o Jane Austen: Anthony Trollope (1815-1882). Si bien admito que las obras de Dickens siempre me acompañan entre mis lecturas de verano, he de confesar que siempre hay una de Trollope en mi mesa de lectura durante el resto de las estaciones del año. Aunque Trollope hoy es menos conocido que varios de sus escritores contemporáneos, su calidad está fuera de duda. No en vano, su nombre se encuentra inscrito en el memorial que hay en el Poets´Corner de Westminster Abbey, donde solo los más grandes escritores británicos tienen mención. 

Trollope fue un autor prolífico. Sus novelas se cuentan por decenas. Y para todo apasionado por la época victoriana no hay mejor relator. En este post quiero referirme a un conjunto de sus novelas que para mí son el pináculo de la literatura de aquella época. Me refiero a las denominadas Novelas Palliser. Llevan dicho nombre porque, aunque refieren historias de diversos personajes de la gran era del Progreso Victoriano de las décadas de los 1860 y 1870, hay un personaje que aparece en todas ellas, aunque no siempre en primer plano: Plantagenet Palliser, Duque de Omnium, Canciller del Exchequer (equivalente a un Ministro de Hacienda), y subsecuente Primer Ministro y Miembro de la Cámara de los Lores. 

Los títulos de las seis novelas son: Can you forgive her? (1865), Phineas Finn (1869), The Eustace Diamonds (1873), Phineas Redux (1874), The Prime Minister (1876) y The Duke´s Children (1880). Se trata de novelas caracterizadas como de Vida Parlamentaria, donde se describen las costumbres sociales de la época victoriana y las grandes batallas políticas entre Liberales y Conservadores en torno a los principales temas de aquel periodo imperial, tales como la emancipación, Irlanda, la relación Iglesia-Estado, los asuntos internacionales, el colonialismo y el comercio. Aunque el centro geográfico de interés de las novelas son los corredores del poder en Westminster, la obra extiende su influjo al norte de Inglaterra, Escocia y Europa. A todo aquel que haya disfrutado con la serie Downton Abbey le fascinará su lectura. Es más, estoy seguro de que los guionistas de dicha serie se inspiraron en más de una ocasión en las letras de Trollope.


Concluyo con una pequeña nota de precaución. Trollope no es para cualquiera. A su lectura hay que llegar habiendo trabajado el intelecto a nivel político y literario durante años. Disculpad esta arrogancia pero es que es así: hace unos años le regalé una de las novelas Palliser (Phineas Finn) a una persona muy vinculada a Irlanda y con un perfil a priori apto para encajar con este autor y nunca me la volvió a mencionar... 


Para disfrutar a Trollope, además de tener cerca un diccionario (si uno lo lee en inglés), te tiene que entusiasmar la política, especialmente el parlamentarismo, y su génesis en la meca política que fue la Inglaterra en tiempos de la Reina Victoria, así como disfrutar de las historias de las grandes familias aristocráticas y de la baja nobleza rural de dicho país. También hay que sentir curiosidad por los detalles de tradiciones como la caza del zorro, la del ciervo en las tierras altas de Escocia, las grandes fiestas en sociedad y las carreras de caballos. Y, sobre todo, tener un espíritu proclive a grandes dosis de romanticismo decimonónico.